
Cuando el espectro R escuchó por primera vez esta música, quedó de tal modo atraído por Beethoven, que en su diario, escribió: - dese ahora sólo tendré un dios, mejor , un semidiós: Beethoven. LOS CINCO CONCIERTOS LE HA HECHO COMPRENDER QUE LO SUBLIME EXISTE
Años más tarde, R se enteraba de que el semidiós, su semidiós, quien había dedicado a Napoleón el concierto Nº 5, al ver que realmente el Emperador era una quimera, se arrepintió de tan apasionada dedicatoria.
Era el año uno de la II Guerra Mundial, verano de 1940, Budapest estaba relativamente tranquila: los nazis habían pactado con el gobierno húngaro para tener al país como "neutral". Aunque una joven madre ya presentía que la tragedia se iría acercando a Hungría. Poco a poco se fue apercibiendo de cosas que intuía como muy peligrosas para su propia familia y para los judíos de su país húngaro, que allí llegarían los nazis para asesinarlos a ellos. Ese presentimiento y su carácter fortalecido por el del arquitecto, su padre, le salvarían la vida a ella, su marido y su joven hija. J. Estaba casada con un médico cuyo apellido podría haber dado a los nazis pistas sobre su judaísmo; aun siendo ambos de orígenes judío-húngaro, ya se habían cambiado el apellido, hungarizándose lo más posible para pasar desapercibidos y que nadie pudiera, en esa católica Hungría, relacionarlos con comunidad o vinculación judía alguna.
Esa apacible y cálida tarde veraniega, se había reunido J. con su hija adolescente, y su marido en la bella mansión estilo secesión de su padre, arquitecto famoso dentro del llamado Art Nouveau, o en alemán Jugendart. Curiosamente, ese movimiento arquitectónico en Hungría se llamó secesión, o arte secesión. Ya había en los últimos años de la época del Imperio Austro-húngaro un deseo nacional húngaro por separarse de Austria. Su marido P. era muy amigo de varios músicos profesionales, y gustaban de reunirse en el salón de la casa del padre de J. y tocar cuartetos. Esa tarde habían elegido pasarla interpretando el cuarteto de Beethoven opus 131. El padre de la hermosa niña , ya casi adolescente, M., era el intérprete de viola. Este hermoso y delicado instrumento cruzaría toda Europa y el Océano Atlántico unos meses después, rumbo al exilio, forzados por las circunstancias, trágicas hasta límites inhumanos, para muchos miembros de las comunidades judías y de sus propias familias. De cualquier modo, aun habiendo logrado escapar del infierno que se avecinaba, a J. la marcó como una señal en la piel grabada a fuego de un esclavo.