SEMBLANZA DE GREGORIO SELSER
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- 6 jul 2018
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FUENTE: Centro Académico de la Memoria de Nuestra América Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Semblanza biográfica de Gregorio Selser Nota: Este texto fue escrito por Stephan Austin Hasam en 2001 y fue publicado como Semblanza de Gregorio Selser, en Equilibrio Económico, revista de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coah., Volumen 3, Nº 13, abril 2002, pp. 230-252. Lo reproducimos aquí gracias al permiso del autor, quien es un personaje muy cercano, personal y profesionalmente, al propio Selser. Le damos las gracias por sus palabras y autorización.
La mañana del 28 de agosto de 1991, la corresponsal en México de uno de los principales diarios conservadores germanofederales enunció un seco gut, cuando su secretaria le informó, al revisar los titulares del día, que el periodista y escritor Gregorio Selser se había suicidado. De hecho el deterioro vertiginoso de su salud, afectada por cáncer en fase de metástasis ósea, era conspicuamente seguido a través de la intervención de su teléfono y del de uno de sus cercanos amigos, con quien charlaba varias veces al día. Así fue hasta el día en que murió. En una ocasión, pocos días antes de su muerte, telefoneando con aquel amigo, al detectar ambos la habitual intervención hostigadora, preguntó irritado que qué les importaba la plática sobre su visita al médico en Cancerología, (1) a lo que su amigo contestó que la salud de Gregorio Selser era un asunto de relevancia política. Ciertamente, Selser y su obra fueron siempre objeto de minucioso seguimiento en Argentina y, después, en el destierro mexicano. Advertido en Cancerología a mediados de agosto de 1991 de las perspectivas de invalidez mental por una posible afectación metastática del cerebro, sumado a los fuertes dolores que padecía, que le impedían seguir escribiendo, es decir, viviendo, tomó la decisión interior y secreta, que no compartió con absolutamente nadie, de poner fin a su vida. El lunes 26 de agosto de 1991 fue a cobrar a la Universidad Nacional su sueldo quincenal como profesor, volvió a casa y, en las primeras horas de la madrugada nublada y húmeda del 27 de agosto, después de haber escrito cuatro cartas de despedida, esperar que durmieran su esposa e hija, ingirió diazepam y se lanzó al vacío desde la cocina de su departamento en un cuarto piso. Fue encontrado muerto horas después, al amanecer, en el zaguán del edificio por el conserje. Una de sus hijas, Gabriela, se encontraba en México de visita, y tenía boleto de avión para partir esa misma mañana. Selser, en una de las cartas, le pidió disculpas por interrumpirle su viaje, pero no quería que Marta Ventura, su esposa y colaboradora de casi ocho lustros, tuviese que bancar el suicidio y sus secuelas sola. Como un estoico, Selser había mantenido control de su vida hasta el final y muerto solo en la montura, pues no contaba con un amigo y médico para asistirle en su suicidio, como fue Max Schur en el caso de otro escritor y pensador desterrado y atacado por cáncer, Sigmund Freud. Los restos de Selser fueron incinerados en un crematorio rústico en el fondo de una barranca al lado de un arroyuelo de aguas negras, enclavado en medio de un tugurio con vista a las mansiones en lo alto a lo lejos. Mientras era incinerado, llegaron niños pequeños a pedir limosna a las diez personas que acompañaron a Selser hasta esa barranca. Los chicos siguieron a varias de las personas hasta una tiendita cercana. No querían ni gaseosas ni dulces. Pidieron pan. Así, el militante socialista autónomo, íntegro, escritor, pensador y publicista crítico, criado en un orfanato en la zona austral de Amçerica Latina, quien a los doce años dejó la escuela para laborar y leer y leer "sentía que la escuela me quitaba tiempo para leer", terminó incinerado en el norte del mismo subcontinente, del mismo infierno, en medio de la gente cuya suerte había sido una de sus preocupaciones centrales a lo largo de toda su vida y obra, los miserables de América Latina, que ya son casi todos. Una educación pacifista socialista Ciertamente, a los doce años ya había leído Los miserables de Victor Hugo: "aún hoy sigo diciendo que fue la novela que más me impresionó y que, creo, me enrumbó en la dirección social", (2) le relató a su hija Claudia. Antes ya había leído a Emile Zola, quien lo marcó para toda la vida, no sólo por su novelística, incluyendo Germinal, lectura imprescindible entre ácratas y socialistas, sino también por su ejemplo como publicista comprometido con investigar, documentar y denunciar públicamente la injusticia social, costare lo que costare. Hasta el final de su vida, ante cada nuevo grupo de alumnos universitarios, al tocar el tema de los antecedentes del fascismo, Selser nunca omitió relatar minuciosamente el Caso Dreyfus, caso paradigmático donde, ante un acto de prejuicio, conspiración de Estado e injusticia social que dividió a un país entero en dos, Zola asumió su responsabilidad pública como intelectual y escritor honesto de decir la verdad incómoda con coraje, costándole a éste prisión evadida vía el auto exilio y, finalmente, la vida (3). Además, Selser leyó en traducción a los clásicos rusos y a autores de lengua alemana de la época, burgueses y socialistas, algunos, destacados pacifistas y otros, con fuerte tendencia hacia temas históricos y éticos, como Emil Ludwig y Stefan Zweig, Erich Maria Remarque, Ludwig Renn, Leonhard Frank y Thomas Mann. Como Selser después, casi todos estos murieron en el destierro. Un lugar especial guardaban para él los poetas Heinrich Heine, muerto en el destierro parisino, y Rainer Maria Rilke. Además leyó muchos, muchísimos libros de historia. A los quince años ya tenía su propia biblioteca, "comprada así, de a centavitos", (4) gracias a las librerías de viejo del entonces Buenos Aires. Ya de niño, Selser se percató de que Mnemosine le había dotado, como a Clío, con una vocación por la historia y con una capacidad anormal para retener palabras, datos históricos e imágenes de novelas leídas. "A los nueve años era una especie de monstruito por mi capacidad para retener las palabras dif�ciles [...] era una memoria selectiva � le cont� Selser a su hija Claudia� porque la acumulaci�n de datos que mi cabeza retiene como una computadora son datos hist�ricos". Ni una f�rmula matem�tica. M�s adelante precis�: "A veces pienso que mi memoria no es normal, que es como una enfermedad, aunque tal vez no es tanta como yo creo y es algo com�n esa predisposici�n para retener". (5) Selser no se fi� de su memoria. Para no errar, su obra siempre estuvo sustentada en el dato preciso, para lo cual Marta Ventura, su compa�era colaboradora, y �l construyeron incansablemente a trav�s de los lustros, en su departamento, a cuatro manos, dos bibliotecas especializadas: la de Buenos Aires, de m�s de 12 mil vol�menes, y la del destierro mexicano (1976-1991), de m�s de 5 mil, (6) con sus dos respectivas y enormes hemerotecas. S�lo la hemeroteca del destierro, sin contar las colecciones de revistas especializadas que contiene, comprende m�s de 160 archiveros de recortes de prensa rigurosamente clasificados, catalogados y manejados por Marta Ventura: la infraestructura bibliogr�fica equivalente a dos centros de investigaci�n sobre Am�rica Latina y de sus relaciones con el resto del mundo, particularmente con Estados Unidos. (7) Hacia el final de su vida, ante pregunta expresa del periodista Mauricio Ciechanower, Selser resumi� as� las l�neas rectoras que lo hab�an guiado a trav�s de toda su vida: "...me considero un pacifista elemental, un hombre de ideas, un hombre pac�fico, no violento. He tratado de ajustar mi vida, mi militancia, mi obra, mis libros, a esa especie de pauta que imagin� a los 18 a�os. Todo lo que escrib�, todo lo que limit� ha estado inscrito en ese marco de 'quiero que haya un mundo mejor del que encontr�'...". (8) A esto habr�a que agregar la noci�n de que el ser humano es inherentemente bueno o, en alem�n, como �l sol�a decirlo entre amigos: der Mensch ist gut; una premisa de los socialistas y �cratas alemanes pacifistas de principios del siglo XX, humanistas radicales como Leonhard Frank, quien titul� as� una de sus novelas. (9) A los 15 o 16 a�os el joven socialista Selser, antifascista, vivi� su primer arresto por cometer el "il�cito" de vender bonos en favor de la Rep�blica Espa�ola. Por ser menor de edad fue puesto en libertad unas horas despu�s. No as� en 1940 cuando, apenas alcanzada la mayor�a de edad, "reincidi�". Fue detenido y arrestado 10 d�as por haber participado en una manifestaci�n en apoyo a los Aliados. La Segunda Guerra Mundial ya hab�a estallado en Europa, estaban en pleno auge el fascismo y el clericalismo reaccionario, y el gobierno argentino simpatizaba con los pa�ses del Eje. En prisi�n Selser comparti� el espacio con varios argentinos presos por haber peleado en la Guerra Civil Espa�ola. La educaci�n pol�tica de Selser fue la de un autodidacta joven proletario de inclinaci�n socialista pacifista, antimilitarista y antifascista en la Argentina de los militares de los a�os 30 e inicios de los 40, formado en la lectura de la novel�stica europea cl�sica, poes�a, biograf�a e historia. No ten�a paciencia para ladrillos de teor�a gris, y siempre reconoci� que le faltaba formaci�n te�rica y de �ndole acad�mica. Por considerar su formaci�n incompleta, el cuestionamiento intelectual aunado a la apertura y la avidez por aprender lo acompa�aron toda la vida. Durante la dictadura del general Edelmiro Farrell, un d�a a mediados de 1944, a ra�z de una denuncia an�nima, la polic�a ingres� en la pensi�n donde viv�a el joven militante socialista y encontr� en su habitaci�n dentro del armario panfletos antifascistas y a favor de los Aliados. Como Selser ya ten�a antecedentes policiacos desde su primer arresto, le entr� miedo y se auto exili� en Montevideo. Ten�a 22 a�os y acababa de concluir la secundaria nocturna que curs� a partir de los 18. Aparte de tener "memoria de elefante", saber leer y escribir algo �ya hab�a conseguido empleo como "oficinista con redacci�n propia"�, en asuntos pr�cticos era "muy tonto y hasta torpe, muy ingenuo", seg�n su propio diagn�stico retrospectivo. As� lo fue toda la vida; incorregible, hasta el extremo de la seria comicidad chaplinesca. Una educaci�n latinoamericana Las moirai que le tej�an el destino a Selser desde que hab�a muerto su madre sordomuda cuando �l ten�a apenas seis meses, lo enviaron a Uruguay para ser barrendero de las calles de Montevideo, primero en los suburbios y despu�s � como ascenso� en la ciudad, y para que se iniciara en la obtenci�n de una educaci�n latinoamericana de primer orden, que le marcar�a el rumbo para el resto de su vida. Despu�s de cumplir su labor proletaria de asear las calles montevideanas, frecuentaba los c�rculos anarquistas y socialistas, adem�s del exilio democr�tico y de izquierda argentinos: dem�cratas progresistas, socialistas, comunistas y radicales. Fue a trav�s de un radical, Santiago Nudelman, a la vez secretario y m�dico de Alfredo Palacios, que Selser entr� en contacto con el primer diputado socialista de la historia argentina, abogado, estudioso latinoamericanista, pionero de la legislaci�n social y obrera en Argentina, as� como de estudios sobre la fatiga laboral a principios del siglo XX. Palacios ser�a el hombre quien m�s influir�a en la vida de Selser. En Montevideo Selser tambi�n se vincular�a con Carlos Quijano y el c�rculo que conform� el milagro period�stico que fue Marcha hasta que los militares la liquidaran en noviembre de 1974, y de la que, durante lustros, Selser ser�a su corresponsal en Buenos Aires (en el exilio mexicano, Quijano lanzar�a los Cuadernos de Marcha, que aparecer�an hasta 1985). El gobierno militar argentino, por presi�n estadunidense y conveniencia t�ctica, hab�a roto relaciones diplom�ticas formales con el Eje apenas semanas antes del fin de la guerra, y el 1� de septiembre de 1945, el fascismo ya derrotado en Europa, el exilio argentino en Montevideo volvi�, incluyendo a Palacios y su futuro amanuense en residencia: Selser. Del segundo semestre de 1946 hasta 1951, cuando Selser se casar�a con Marta Ventura, vivi� en casa de Palacios, fungiendo como su secretario, ayudante, bibliotecario, interlocutor y alumno, obteniendo una educaci�n m�s que privilegiada, �nica, en historia y an�lisis de Am�rica Latina. Durante su estancia reclasificar�a una de las bibliotecas m�s completas existentes en esa �poca sobre Latinoam�rica, y estar�a inmerso en uno de los n�cleos de pensamiento latinoamericano m�s ricos e importantes de la �poca en la Argentina y el subcontinente, en plena era de represi�n peronista y en un pa�s latinoamericano para el cual Am�rica Latina no exist�a, ni existe. Si bien en casa de Palacios ten�a techo y comida, para mantenerse econ�micamente Selser laboraba y formaba parte de la Federaci�n de Comerciantes Viajeros. Fue durante ese lustro en residencia que Selser se hizo latinoamerican�logo y analista social y pol�tico de primer orden. A esto se dedicar�a Selser extra laboralmente, con pasi�n y por vocaci�n. El medio que utiliz� fue la palabra, siempre sustentada en una reconstrucci�n hist�rica minuciosa y precisa, rigurosamente documentada, que, por su propio peso, se tornaba en una acusaci�n fulminante contra la mentira y el poder pasados y del momento. El publicista libre...en su "tiempo libre" Paralelamente a su actividad laboral de tiempo completo, durante los primeros a�os de la d�cada de los 50, adem�s de la conformaci�n de la biblioteca y hemeroteca, que hac�a junto con Marta Ventura, quien trabajaba como maestra de pintura tambi�n de tiempo completo, Selser rastre� desde muy temprano las primeras pistas de la nueva polic�a secreta imperial de la pax americana: la Central Intelligence Agency (CIA), entonces virtualmente desconocida. En Ir�n, Estados Unidos buscaba revertir la nacionalizaci�n petrolera de Mohammed Mossadegh; y en Guatemala, hacer abortar el gobierno constitucional de Jacobo Arbenz, donde sus reformas hab�an coartado el poder y afectado el saqueo de a�os realizada por la United Fruit Company. Ambas operaciones fueron rotundos �xitos de la CIA para el horror por d�cadas de las respectivas poblaciones: Mossadegh y Arbenz fueron depuestos y remplazados respectivamente por Mohammed Reza Pahlevi (1953) y Carlos Castillo Armas (1954). Con esos dos golpes, la CIA adquiri� notoriedad mundial e hizo que Selser tomara la decisi�n de escribir libros. En su reconstrucci�n hist�rica del caso guatemalteco con el fin de elaborar una serie art�culos, Selser se top� con un personaje que lo cautiv�: Augusto C. Sandino, un obrero que hab�a conformado una guerrilla para expulsar a los marines estadunidenses de Nicaragua. Exitoso despu�s de casi siete a�os de lucha, hab�a sido asesinado a la postre (1934) por un "padrino" de Castillo Armas, el presidente nicarag�ense en activo, Anastasio Somoza Garc�a. A partir de toda la informaci�n que pudo recabar en Buenos Aires, Selser escribi� Sandino, general de hombres libres, y pospuso su investigaci�n sobre Guatemala, que despu�s publicar�a como El guatemalazo. Mientras redactaba el libro, en pleno 1954 y reci�n derrocado Arbenz, Somoza har�a una visita de Estado a la Argentina. Per�n no s�lo lo invitar�a a dirigirse al pueblo desde el balc�n de la Casa Rosada, sino que le otorgar�a la Orden del Libertador San Mart�n y una r�plica del sable corvo. En plena dictadura de Per�n nadie se atrev�a a publicar el Sandino, pese a que Selser y algunos amigos hab�an juntado el dinero para la edici�n. Quienes aceptaron fueron los talleres gr�ficos �cratas Americalee, en memoria y solidaridad con la causa de su "hermano anarquista Sandino", a quien los viejos obreros de la imprenta recordaban. (10) La prevista incautaci�n peronista de la edici�n no ocurri�, en virtud de que a los dos d�as de la aparici�n del Sandino en librer�as, el 14 de septiembre de 1955, iniciaba el levantamiento que derrocar�a a Per�n y lo enviar�a al exilio para ser acogido por Francisco Franco. El libro pas� por doce ediciones, s�lo en Buenos Aires. Le seguir�a en 1958 un segundo libro sobre Sandino, El peque�o ej�rcito loco, y, un a�o despu�s, la versi�n ampliada a dos tomos del Sandino a casi 800 p�ginas. Con una carta de recomendaci�n manuscrita de Palacios y un ejemplar del Sandino reci�n publicado, Selser se present� en enero de 1956 en el diario antiperonista y conservador La Prensa. Fue contratado y asignado a la apol�tica secci�n de obras y servicios p�blicos, donde tuvo empleo estable durante 19 a�os como redactor an�nimo. Al margen de cumplir su horario y responsabilidad laboral de tiempo completo en aquel diario, Selser se dedic� a escribir libros y ser periodista, ser director de la colecci�n "Historia viva" de Editorial Palestra (1958-1966), director de la Biblioteca de Am�rica y de la colecci�n "Libros del tiempo nuevo" �ambas de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) (1962-1966)�, y profesor interino de periodismo en la Universidad Nacional de La Plata (1971-1974). Adicionalmente a la pol�tica imperial estadunidense en Centroam�rica y el resto del subcontinente, el fascismo, el militarismo y la CIA, siempre la CIA, entre las efem�rides que m�s ocuparon a Selser durante su fase argentina fueron el gobierno de Frondizi, el Onganiato, la Revoluci�n Cubana (1959), la matanza de escolares la Zona del Canal (Panam�) por militares estadunidenses (1964), la invasi�n a la Rep�blica Dominicana (1965), la Alianza para el Progreso y el ascenso y aniquilaci�n del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Paralelamente concibi� y trabaj� en su proyecto, quiz�s, m�s ambicioso: la elaboraci�n de una cronolog�a de las intervenciones extranjeras en Am�rica Latina desde 1776, en el que trabajar�a hasta su muerte. (12) Un proyecto que normalmente ser�a empresa de todo un equipo de investigadores altamente calificados con un especialista para cada periodo y un respaldo bibliogr�fico descomunal. Invitado a asistir al II Tribunal Internacional Russell en enero de 1975 como experto en militarismo y en la desestabilizaci�n y derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile, renunci� a La Prensa al no concederle su director, Alberto Ga�nza Paz, una segunda licencia sin goce de sueldo. (13) Selser acababa de pasar tres meses �con licencia� en Lima en la redacci�n del diario Expreso, como un modo de ponerse a cubierto de las amenazas de la "Triple A". En Bruselas particip� en el Tribunal y permaneci� tres meses en Europa reporteando, pues hab�a conseguido empleo como redactor internacionalista en El Cronista Comercial, donde laborar�a hasta su destierro a�o y medio despu�s. Desde siempre estuvo en la lista negra internacional de los distintos servicios de inteligencia y de las fuerzas castrenses de "seguridad nacional" de la regi�n, que hab�an tomado por asalto el Cono Sur (comenzando por Brasil en 1964) por inter�s propio y para el imperio estadunidense del que formaban �y forman� parte en calidad de cipayos hist�ricos, y para el imperio vaticano en calidad de cruzados contra los infieles; es decir, como exterminadores, saqueadores y violadores bajo capa de guerreros santos. (14) S�lo faltaba la Argentina. El Putsch de la "guerra sucia" y guerra santa ocurri� el 24 de marzo de 1976. Ya en la mira de la Triple A �las tres armas como denunciar�a Rodolfo Walsh al precio de su vida� mucho antes del cuartelazo, Selser corr�a el m�ximo peligro y su exterminio era s�lo cuesti�n de poco tiempo. De hecho Selser aparec�a en una lista para ser liquidado, hecho que era del conocimiento del embajador estadunidense Robert "Bob" Hill y de Orlando Letelier en Washington, y de Fernando Reyes Matta y Juan Somav�a en M�xico. Los cuatro buscaban la manera de sacar a Selser y ponerlo a salvo. Fue notificado el director en Buenos Aires de la agencia Inter Press Service (IPS), con la que Selser colaboraba intermitentemente desde 1964. El destierro - la "sobrevida" Acompa�ado al aeropuerto por familiares, abogados y periodistas amigos, pero como si fuera algo absolutamente rutinario y estrenando una comisi�n como corresponsal especial en Panam� de IPS, el 16 de julio de 1976 Selser pas� los controles de los agentes del SIDE, Secretar�a de Informaciones de Estado, y de migraci�n en Ezeiza, que le permitieron abordar un avi�n que lo llevara al destierro que fue, seg�n �l, la etapa m�s productiva de su vida, y en la que recibi� el reconocimiento que jam�s obtuvo en la Argentina. A este periodo lo calific� Selser como su "sobrevida". La primera escala, de casi cuatro meses, fue Panam�, donde Selser paralelamente a su labor de corresponsal, redact� el primer borrador de su libro sobre Benjam�n Zeled�n, y colabor� en la Radio Nacional. La segunda escala, la definitiva, ser�a Ciudad de M�xico, donde arrib� el 10 de noviembre de 1976 con un contrato como investigador de la Divisi�n de Estudios de la Comunicaci�n del Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET). Sus directivos, Somav�a y Reyes Matta (exiliados en M�xico a ra�z del pinochetazo tres a�os antes), le proporcionaron un espacio laboral para su desempe�o intelectual y la carta anual para el ministerio del interior mexicano, es decir, la visa de estancia y trabajo para un refugiado con pasaporte argentino. La salvaci�n, como cualquier desterrado sabe muy bien. Pero hab�a un caveat fuera del control de los directivos: tendr�a que abstenerse de ejercer el periodismo para no irritar a algunos patrocinadores socialdem�cratas ultramarinos del ILET, que consideraban a Selser absolutamente inaceptable. El incumplimiento podr�a significar la p�rdida del trabajo, la carta anual y del derecho a la residencia. Para Selser acatar esa interdicci�n era como morir en vida, pero la tuvo que acatar...a medias. En diferentes diarios �muchos en El Sol de M�xico� y el semanario Proceso comenzaron a aparecer art�culos escritos con el inconfundible estilo y rigor documental selserianos, firmados desde capitales europeas, como Par�s y Roma, por Gustave Salage, Rub�n Jord�n, Dieter Knopf, Juan Pratel, Arthur Johns, Kenneth Derrick, Beatriz V. Prando, Enzo Garozzi, Renato Picchia, Wilbur Ellis, Pablo Enrique Maceiras, Sergio Ovalle Bali�o, Rodolfo L�pez Almada y otros; casi todas las notas empero escritas en el peque�o departamento Selser de Avenida R�o Mixcoac de Ciudad de M�xico. Los seud�nimos eran necesarios por dos razones m�s: para prevenir represalias dentro de la Argentina contra familiares, incluyendo una hija, y porque los servicios de inteligencia de toda Am�rica Latina �salvo los cubanos� operaban como una polic�a secreta cipaya interconectada (p. ej. Plan C�ndor, atentado Letelier, etc.), am�n de que agentes argentinos operaban en M�xico con aprobaci�n de los gobiernos mexicano y estadunidense. En Canad� y en Europa occidental fue parecido. Tambi�n en la Argentina Selser hab�a utilizado seud�nimos como Jorge P�rez Rocco, Murillo de Brito, Paul Ambrister, Javier Orrego, Guastave Salage, Louis Hanotoux, Altair Meneses y otros en coyunturas particularmente peligrosas, y cuando trataba temas especialmente delicados relativos a los militares de la regi�n, la dictadura brasile�a, los escuadrones de la muerte o la iglesia cat�lica y su ultraderechista Opus Dei. En 1978 Selser comenz� a colaborar como redactor-editorialista internacional en el diario paragubernamental El D�a con plena libertad, por invitaci�n de su director Enrique Ramirez y Ramirez. Adem�s de que el diario otorgar�a la carta de trabajo, Ramirez y Ramirez acept� que Selser trabajara en casa, es decir, en su biblioteca y hemeroteca. Prigobiernista en materia de pol�tica mexicana, El D�a fue progresista y muy cr�tico en pol�tica internacional. As� Selser cont� con el respaldo irrestricto de un miembro de la corte del gobierno anfitri�n para ejercer libremente su arte y oficio; con otro caveat: no inmiscuirse, de ninguna manera, en los asuntos pol�ticos de M�xico, bajo la advertencia de que quien lo hiciera podr�a ser obligado a que abandonara el pa�s inmediatamente y sin juicio previo. Esta prohibici�n, el art�culo 33 de la constituci�n mexicana, reg�a �y rige� para todo ciudadano de otra nacionalidad. (15) Selser la acat� cabalmente, incluso absteni�ndose de incluir M�xico en la hemeroteca y de hablar siquiera sobre asuntos pol�ticos mexicanos, no se diga en p�blico, sino hasta en conversaciones privadas, y pese a que la pol�tica latinoamericana era uno de sus campos profesionales. Las palabras a Carlos Pay�n, director de La Jornada, en su carta p�stuma son absolutamente ciertas y precisas: "...siempre fui respetuoso de las leyes de M�xico, a cuyo pueblo am� y al que dese� servir con mis trabajos. Me voy con la conciencia cabal de haber cumplido con el pa�s y con su pueblo". (16) En el par de ocasiones en que, sin propon�rselo, roz� al gobierno mexicano al analizar temas internacionales, recibi� reprimendas inmediatas. Cuando la administraci�n Bush (padre) propuso a John Dimitri Negroponte como embajador en M�xico, Selser alert� y divulg� tenazmente ante la opini�n p�blica mexicana la trayectoria proconsular de este diplom�tico-agente de inteligencia, s�lo hasta el instante en que el gobierno mexicano dio el benepl�cito a su nombramiento. La misi�n principal de Negroponte en M�xico se sabr�a despu�s: el Acuerdo de Libre Comercio de Am�rica del Norte (ALCAN). (17) El 30 de septiembre de 1987 Selser renunci� al El D�a. Despu�s de la muerte de Ramirez y Ramirez, el diario paulatinamente fue dejando de ser lo que hab�a sido, aunque Selser sigui� contribuyendo al suplemento dominical El Gallo Ilustrado, del que fue, adem�s, asesor permanente hasta su muerte. Pasar�an entonces catorce meses en que Selser casi no tendr�a tribuna en M�xico, aunque sigui� escribiendo notas para medios del exterior � europeooccidentales y latinoamericanos� y para Prensa Latina, y pudo dedicarse m�s a escribir libros. En noviembre de 1988 fue invitado por Carlos Pay�n a colaborar en La Jornada y, posteriormente, colaborar�a paralelamente como editorialista en El Financiero. En el �mbito acad�mico, desde finales de los setenta Selser se fue incorporando al Proyecto L�zaro C�rdenas de estudios estrat�gicos a petici�n de su director, John Saxe- Fern�ndez, y a partir de abril de 1982, fue profesor de posgrado de la Facultad de Ciencias Pol�ticas y Sociales de la Universidad Nacional Aut�noma de M�xico (UNAM), adscrito al Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), donde estaban Antonio Cavalla, Ren� Zavaleta, Agust�n Cueva, John Saxe- Fern�ndez, Sergio Bag�, Jorge Turner, Eduardo Ruiz, G�rard Pierre-Charles, Susy Castor, Mario Salazar, entre otros. Al ingresar Selser al CELA, ingres� con �l Marta Ventura, pues su hemeroteca se convirti� en una extensi�n informal del CELA. El nombramiento de Selser fue el de profesor visitante y caducaba cada seis meses. No fue sino hasta 1990, cuando ya ten�a c�ncer, que las gestiones del CELA para regularizar la situaci�n laboral de Selser fructificaron y fue abierto un concurso. Selser particip� en todas las etapas pero dudaba cu�l iba a ser el fallo. No vivi� para saberlo. En el formulario del concurso contest�, entre otras cosas, "Estudios cursados: los de primaria y secundaria" y "Formaci�n: no posee t�tulos ni grados acad�micos". Las clases de Selser consist�an en que, sin consultar un solo papel, hablaba � una brev�sima pausa de por medio� algo m�s de cuatro horas ininterrumpidamente, apagones no obstante, sobre un cap�tulo de la historia (o de la historia oculta) de Am�rica Latina, Estados Unidos o del sistema internacional. Cada sesi�n parec�a el cap�tulo de una novela hist�rica que no era novela, narrado de memoria, ya redactado, repleto de citas, datos precisos, fechas, an�cdotas, referencias cruzadas a cap�tulos anteriores y pr�ximos del libro entero grabado en la memoria y que, como libro virtual de historia, permit�a cada semestre actualizaciones, correcciones, contextualizaciones e interpretaciones nuevas con sus proyecciones al presente. Los requisitos formales de Selser a sus alumnos eran m�nimos: un trabajo final sobre la tem�tica del curso y �siempre� una recensi�n del recomendado libro La expansi�n territorial de los Estados Unidos a expensas de Espa�a y de los pa�ses latinoamericanos de Ramiro Guerra y S�nchez. (18) Selser era autodidacta de toda la vida y no entend�a que pudieran existir alumnos adultos aprendiendo lo que fuera su vocaci�n a partir de exigencias de terceros. La �poca que vivi� Selser en M�xico fue la de los reg�menes de terror en el Cono Sur y su repliegue en los ochenta; la Guerra de las Malvinas; la "crisis de la deuda" latinoamericana y la aplicaci�n de los planes radicales de concentraci�n de riqueza llamados "planes de ajuste estructural" y "neoliberalismo"; las muertes de Torrijos y Rold�s y el primer "Documento de Santa Fe; "el "caracazo"; la Revoluci�n Sandinista y la guerra en Centroam�rica de finales de los setenta y toda la d�cada de los ochenta (m�s de 300 mil muertos); la guerra "secreta" de Reagan contra Nicaragua y el "Irangate"; la invasi�n de Granada; cocad�lares y Garc�a Meza en Bolivia; el Tratado Torrijos-Carter y la invasi�n a Panam�; la victoria de Aristide en Hait� y su consiguiente desestabilizaci�n; la derrota electoral sandinista; el director de la CIA a la presidencia (Bush); la Guerra del Golfo P�rsico; el desmantelamiento del bloque sovi�tico; el acercamiento ansioso de la disidencia clasemediera intelectual latinoamericana al poder. Son algunos de los temas sobre los que Selser escribi�. Para Selser Latinoam�rica era un subcontinente saqueado y menoscabado a trav�s de su historia por el imperialismo, las oligarqu�as, los militares y la iglesia cat�lica, por las conductas entreguistas, cipayas, obsequiosas y sumisas, por la dependencia neocolonizada, intelectual y psicol�gicamente. Consideraba que si Am�rica Latina no resolv�a de alguna manera su relaci�n con Estados Unidos, "en funci�n de objetivos nacionalistas, autonomistas, de soberan�a nacional y al propio tiempo de integraci�n� resultar�a "condenada a la dependencia". (19) Selser sab�a muy bien, sin embargo, que no hab�a para nada correlaci�n entre nacionalismo, autonomismo, soberan�a nacional e integraci�n �todos estos atributos aplicables lo mismo a Estados Unidos que al Hait� de Henri Christophe� y ser de izquierda o socialista. En casi toda la obra de Selser est� entrelazado un an�lisis permanente y minucioso de los medios masivos de comunicaci�n, particularmente de las agencias de noticias y la prensa; una cr�tica fulminante a los medios contrademocr�ticos, manipulativos, serviles, autocensurados, al servicio del poder, la mentira, tema al que dedic� parte considerable de sus trabajos. Aqu� la labor y la obra de Selser en Am�rica Latina s�lo es comparable con la de Noam Chomsky y I.F. Stone en Estados Unidos. Conoci� a ambos. Las verdades que destapaba y denunciaba, rigurosamente documentadas, en libros y art�culos, provocaban pol�micas en Am�rica Latina, Estados Unidos e, incluso, en Alemania Federal. Al igual que sus notas period�sticas, sus libros eran aplaudidos y satanizados, as� como atesorados (20) o incautados, e incluso llegaron a ser "desaparecidos" o quemados por orden gubernamental. La recepci�n e impacto inmediato y mediato de varios libros de Selser bien merecer�an cada uno un estudio aparte. No s�lo en el caso obvio de los libros sobre Sandino, sino en el de otros, por ejemplo, Honduras, rep�blica alquilada o El rapto de Panam�, incinerado por orden del gobierno paname�o, y que enfureci� asimismo a los nacionalistas paname�os, porque Selser hab�a osado afirmar que Estados Unidos hab�a inventado el pa�s para hacerse de un canal, o tambi�n Espionaje en Am�rica Latina sobre la sociolog�a latinoamericana al servicio del Pent�gono, los planes "Camelot" y "Simp�tico". Hace apenas diez a�os de la muerte de Selser, muy poco tiempo para poder precisar la importancia y el impacto de su obra a largo plazo. Adem�s, sigue publicando libros y casi toda su obra period�stica del destierro, 1976-1991, ya est� almacenada en discos compactos para ser estudiada. Por publicar quedan al menos cuatro libros y, por almacenar magn�ticamente, su obra period�stica de la �poca argentina completa. Marta Ventura lleva una d�cada ya dedicada a esos proyectos. En la medida en que la obra completa de Selser sea consultable �la mayor�a de sus m�s de 40 libros son inconseguibles� habr� una nueva valoraci�n. Cuando esto ocurra, es muy probable que Selser ocupe un lugar singular en la historia latinoamericana de las ideas y del periodismo del siglo XX. No es comparable con nadie en Am�rica Latina, pero su trascendencia no ser� menor a la de Mari�tegui o Mart�. Referencias: (1) Instituto Nacional de Cancerolog�a en M�xico, instituci�n p�blica especializada y reconocida donde, por insuficiencia de infraestructura y de personal, la demanda es regulada mediante la a�eja pr�ctica de la entrega diaria de un n�mero limitado de fichas, para cuya obtenci�n es necesario hacer cola sumisamente al amanecer. Despu�s los pacientes deben aceptar estoicamente ante cada consulta agendada largu�simos y tortuosos periodos en sala de espera sentados en filas, una situaci�n degradante que acelera el deterioro del estado an�mico y de salud del paciente. En esa sala Selser le�a, no s�lo por h�bito, sino para no ver y deprimirse m�s. El hecho generalizado de las colas y fichas �tan naturales e inherentes a la vida mexicana como la luz solar� no s�lo es resultado de la rentable insuficiencia intencional y estructural de servicios p�blicos y privados, sino que es id�nea como refuerzo en una sociedad autoritaria- servil para la domesticaci�n permanente de la poblaci�n en la obediencia, en la sumisi�n agradecida respetuosa del poder, en el pago de sacrificios, en la consciencia del siervo de que no tiene derechos, porque en la pr�ctica el citoyen no existe y no deber� existir. (2) Entrevista de Claudia Selser a su padre, M�xico, D.F., septiembre de 1989, conservada en grabaci�n magnetof�nica. (3) Para recordar v�ase la excelente reedici�n: �mile Zola, Yo acuso: la verdad en marcha, Barcelona, Anagrama, Colecci�n F�bula No. 87, 1998. Incluye como separata la reproducci�n del "J'Accuse", publicado en L'Aurore el 13 de enero de 1898. (4) Claudia Selser, "Gregorio Selser: me hubiera gustado ser poeta o director de orquesta", El Gallo Ilustrado, suplemento dominical de El D�a, M�xico, D.F., 23 de agosto de 1992, p.4. (5) Ibid., p. 3. (6) La biblioteca de Buenos Aires fue donada por Selser a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), a condici�n de que �sta la rescatara de la "guerra sucia" de la dictadura argentina y la trasladara a su sede en M�xico, donde se encuentra hasta hoy, aunque todav�a no totalmente clasificada. Una parte sigue embalada. FLACSO (sedes M�xico, Costa Rica y Argentina) participaron, con el apoyo del gobierno mexicano, en el registro y traslado (1979-1981) no s�lo de la biblioteca, sino de la hemeroteca completa y de los originales mecanografiados de la obra argentina de Selser, todos declarados por la dictadura, propiedad del Estado argentino. La biblioteca creada en el destierro, la "Biblioteca Gregorio Selser", est� ubicada en la Secretar�a de Relaciones Exteriores en su sede de Tlatelolco, M�xico, D.F. (7) [La hemeroteca que aqu� menciona Hasam es precisamente lo que ahora constituye el Fondo A del Archivo Gregorio y Marta Selser]. (8) Mauricio Ciechanower, Entrevistas/entrevidas, "Gregorio Selser: entre Hitler y Reagan", M�xico, D.F., Ediciones Gernika, 1988, p. 122. (9) Por el destino que tejen las moirai para los seres humanos, durante el fascismo que sobrevendr�a, Frank ir�a al destierro estadunidense y su hijo, Andr� Gunder, congruente con la tradici�n de pensamiento cr�tico aut�nomo, desterrado de Estados Unidos en los 60 y de Chile en 1973, ser�a una de las figuras m�s importantes y controvertidas de las ciencias sociales en y de Am�rica Latina. (10) V�ase: Gregorio Selser, "Sandino, general de hombres libres: peque�a biograf�a de un libro, 35 a�os despu�s", texto completo en El Gallo Ilustrado, suplemento dominical del El D�a, 8 de septiembre de 1991, pp. 6-7. (11) Germ�n Gait�n, hijo del embajador nicarag�ense en Buenos Aires, quien se hizo amigo vitalicio de Selser y le apoy� con abundante material desde Nicaragua para la elaboraci�n de la versi�n ampliada, se llev� oculto el Sandino cuando volvi� a Nicaragua, donde lo reprodujo en mime�grafo, cost�ndole el encarcelamiento. Fue el Sandino mimeografiado el que llevaban en sobaquera y leer�an Carlos Fonseca y los futuros fundadores del Frente Sandinista de Liberaci�n Nacional. Hasta hoy, el Sandino no ha sido publicado en Nicaragua. En 1990 Editorial Vanguardia milagrosamente alcanz� imprimir s�lo la mitad: el tomo I. [En 2004, tras la muerte de Selser y la redacci�n de este texto, Aldil� Editor, bajo la direcci�n de Aldo D�az Lacayo, edit� en un solo volumen, de 800 p�ginas, la versi�n ampliada del Sandino.] (12) Cronolog�a de las intervenciones extranjeras en Am�rica Latina, (Tomo I: 1776-1848; Tomo II: 1849-1898; Tomo III: 1899-1945; Tomo IV: 1946-1989), M�xico, D.F., Universidad Aut�noma Metropolitana -Azcapotzalco, Universidad Nacional Aut�noma de M�xico (Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades), Universidad Obrera de M�xico. De esta obra p�stuma, han aparecido el tomo I (1994), el tomo II (1997) y el tomo III (2001); el tomo IV est� siendo revisado por John Saxe- Fern�ndez. (13) Para una apreciaci�n autobiogr�fica de Selser, y su visi�n de La Prensa y Ga�nza Paz v�ase: Gregorio Selser, "Cuando no se puede ser sino periodista", Nueva Sociedad, No. 100, marzo-abril de 1989, Caracas, pp. 152158. (14) En el continente americano religi�n y militarismo constituyen los dos instrumentos complementarios de avasallamiento y exterminio hist�ricos. En Am�rica Latina militares e iglesia cat�lica constituyen las dos tenazas de una misma pinza; de la dictatorializaci�n. Son las dos instancias complementarias cuyo oficio es la conquista f�sica y ps�quica del reba�o humano o grey (grex=hato de ganado) para asegurar su sumisi�n y control por los portadores de cetros; garantizan la perpetuaci�n de la sociedad autoritaria- servil. Toda sociedad autoritaria es servil y toda sociedad servil es autoritaria. Lo mismo vale para las personas. (15) Naturalmente, exentos del art�culo 33 est�n todos los inmiscuidos que sean aduladores, apologetas y colaboracionistas del gobierno mexicano, as� como los amos imperiales y sus instancias operativas. (16) "Muri� Gregorio Selser. Carta P�stuma", La Jornada, M�xico, D.F., 28 de agosto de 1991, primera plana y p. 5. (17) North American Free Trade Agreement (NAFTA). El gobierno mexicano habl� en espa�ol de un Tratado de Libre Comercio (TLC), t�rmino que acu�� e impuso a absolutamente todos al interior del pa�s (analistas, investigadores, periodistas y todo el "pasianaje"), mientras que empleaba NAFTA cuando hablaba en ingl�s. La prensa internacional hispanoparlante vivi� confusi�n con relaci�n a esto. Nunca sab�a c�mo llamar correctamente esa cosa. Ya Selser en repetidas ocasiones hab�a comprobado que en las relaciones entre Estados Unidos y Am�rica Latina, cuando se trata de reportes, informes, tratados y acuerdos que deber�n ser divulgados en la lengua de los s�bditos, el espa�ol, aqu�llos no necesariamente concuerdan con los textos originales y rectores, que siempre est�n en ingl�s, of course. Las traducciones son pol�ticas m�s que precisas. Por eso Selser tuvo que dedicar muchos art�culos y varios libros a casos concretos para denunciar esta triqui�uela (perpetrada por los gobiernos latinoamericanos o el estadunidense). Sus trabajos siempre inclu�an una nueva traducci�n profesional, completa, precisa y comentada del texto sospechoso. Ver, por ejemplo, su libro El Informe Kissinger 'contra' Centroam�rica o Los cuatro viajes de Crist�bal Rockefeller. (18) Selser siempre abog� in�tilmente a favor de la reedici�n de este agotad�simo libro de Ramiro Guerra y del de Isidro Fabela, Estados Unidos contra la libertad. (19) Ciechanower, op. cit., p. 127. (20) J. Hern�ndez, editor en Buenos Aires de varios libros de Selser, incluyendo La CIA en Bolivia, construy� un muro falso de ladrillo para salvar los libros de Selser y de algunos otros autores durante la dictadura de Videla.
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